martes, 22 de noviembre de 2016

BUENOS AIRES/ Día 1

Tras 21 horas desde que cerré la puerta de casa en Madrid,
reflexiono en una cafeteria
del aeropuerto en Buenos Aires.
Uno de los dos aeropuertos de Buenos Aires.
¿Adivinan a cuál le dije que tenía que ir a esperarme al amigo que me vino a buscar?
Exacto:  Al otro.
Mis maletas, envueltas en condones verde fosforito,
se descojonan como solo saben hacerlo unas maletas.
Y en la mesa de al lado,
una pareja joven y argentina
(más argentinos no pueden ser al hablar)
se pelea con tal ferocidad
que esto tiene pinta de acabar
en un hotel
o en las páginas de sucesos de los diarios.
Hay gente que no sabe querer sin morder.
Todo indica que es ella la que se va de viaje, y que no ha de ser un viaje muy largo con una maleta tan pequeña. Pero habla mordiendo las palabras y uno piensa que la galaxia no es suficientemente grande para los dos.
Él se levanta y se va de la mesa con más prisa que violencia.
Se esconde detrás del kiosco de prensa y desde aquí puedo ver que está llorando.
Eso no quiere decir que sea el bueno de esta película ni de ninguna.
Llorar no da la razón.
Gritar tampoco.
Es probable que la razón no exista cuando dos se han entendido tanto y ahora no se entienden nada.
Ella paga la cuenta y se aleja en la misma dirección.
Las chicas de la cafetería son muy majas y me han guardado las maletas detrás del mostrador.
Así que podría seguirlos, para saber si ella lo alcanza y lo besa, o se gritan el último amoroso insulto de despedida.
Me quedo aquí y pido otro café
El café del país donde nací me sabe más a café.
El  patriotismo, Incluso si es tardío y desorientado como el mío, no entiende de café.
El amor es de todo menos discreto, porque oculta y mal una necesidad de que los demás pasen y vean lo felices que somos.
El desamor es obsceno, un recordatorio de la muerte, un acto sexual entre dos momias que perdieron antes el deseo que la carne.
Afuera, la primavera le pinta a Buenos Aires esos colores que hacen que París, de a ratos, se muera de envidia.

El retorno a mi propio desconcierto del que hablaba Benedetti para definir la noción patria, empieza de un modo prometedor.
Esperemos que no cumpla demasiado.

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